Si este magnético nombre aún no es bien reconocido fuera de su nativa Inglaterra, eso cambiará este mes con el estreno de Star Trek En la oscuridad. Presentamos al poderosamente versátil actor en el momento en que su carrera está a punto de explotar mundialmente.
Por Ángela Posada-Swafford*/Especial para Esquire. Mayo 2013
Escucho con los ojos cerrados lo que dice Benedict Cumberbatch. Algo en su voz de barítono cargada de matices roncos me hace pensar en brandy y chocolate junto a la chimenea. El actor inglés de 36 años, una estrella en su país –especialmente por su papel protagónico en las series de la BBC Sherlock y HBO Parade’s End, y un rol interesante en Caballo de guerra de Steven Spielberg– habla con gran rapidez, pasando fluidamente del staccato a la pasión contenida, a una salva de murmullos de tono casi inconsecuente. El efecto que produce es uno de complicidad compartida. Esta voz, pienso, es tespiana. Radial. Exige atención. Es un puente para conectar y armonizar los casi brutales extremos de emociones que Cumberbatch lleva desplegando desde hace más de una década en teatro, radio, televisión y cine.
Con un vocabulario preciso, persigue las ideas hilando largas e inteligentes cadenas de conversación, citando ampliamente fuentes literarias o de actualidad, para terminar compartiendo su opinión sobre lo que significa encarnar a alguien. “Como actor uno puede perder peso, ganar peso, ponerse narices tontas, imitar acentos locos o moverse como un dragón, invitando a que la audiencia admire las diferencias que eres capaz de reflejar. Pero al concentrarse solo en eso, lo que uno hace es decir ‘mírenme a mí’, cuando lo que debería buscar es que la gente se preocupe genuinamente por el personaje que está viendo”.
Esa preocupación es la que el artista espera generar hacia el villano de Star Trek: En la oscuridad, del director J.J. Abrams (Lost), que estrena el 17 de mayo. Y si ese gloriosamente anticuado nombre ‘Benedict Cumberbatch’ aún no es bien reconocido en Latinoamérica y el resto del mundo, eso cambiará después de Star Trek.
“Interpreto a un malo atípico, detrás de cuyas acciones hay cálculo, inteligencia y manipulación, pero que también es un guerrero feroz y físicamente diestro”, explica en una entrevista con Paramount Pictures. Se trata de un antiguo miembro de Star Fleet Command que usa su genio para causar una destrucción épica. Es el archienemigo de un Kirk joven, una especie de Hannibal Lecter capaz de poner de rodillas al capitán; un personaje con múltiples capas emocionales y una poderosa razón para su maldad, y a quien Cumberbatch presenta de forma perturbadora y cerebral.
“Benedict tiene su propia gravedad como actor y como persona”, dice el escritor de Star Trek, Damon Lindleof, quien le sugirió a J.J. Abrams que lo viera en Sherlock.“ Él te atrae hacia sí, y es imposible escapar de su influencia”.
Para J.J. Abrams “Benedict es uno de los mejores actores vivientes. Es como ver a un gimnasta olímpico en movimiento. Yo imaginaba que iba a ser bueno en cualquier cosa, pero sobrepasó todas mis expectativas. Lo elevó todo, y le confirió a sus escenas la inteligencia y el respeto que exigían”.
Quizás la única de esas escenas no tan respetuosa fue la prueba que le pidieron enviar.
“Porque me tocó filmarla en un iPhone”, recuerda Cumberbatch riendo. “Era la época de Navidad de 2011 y por esos días no había en Londres un solo director. Decidí hacerlo yo mismo y me falló la tecnología, las baterías de la videocámara se fueron al traste, en fin… así que llamé a un amigo y terminamos filmando la escena en su cocina, en un iPhone colocado entre dos sillas, y tuve que acurrucarme contra la pared para estar al nivel correcto… unos días después J.J. me llamó y me preguntó ‘¿quieres venir a jugar?’ Fue genial”.
Tanto, que Abrams le dijo al New York Times que era “una de las mejores lecturas de prueba que había visto jamás”.
Como periodista científica lo que me llamó la atención hacia este actor fue su profundo y nada común interés en la ciencia y en interpretar personas notablemente difíciles, tales como el cosmólogo británico Stephen Hawking momentos antes de quedar paralítico (Hawking, 2004); el físico nuclear alemán Werner Heisenberg en el umbral de la creación de la bomba atómica (Copenhaguen, dramatizado BBC Radio 3, 2013); el mismo Sherlock Holmes, que es experto en química; Julian Assange, el programador y activista australiano de la Internet que fundó a WikiLeaks (WikiLeaks, en postproducción); el doctor Victor Frankenstein, alternando el rol con el del monstruo (Frankenstein, Royal National Theather, 2012); y próximamente la turbulenta vida del matemático y criptoanalista británico Alan Turing, padre de la computadora, papel que le había sido ofrecido inicialmente a Leonardo di Caprio.
“A veces la ficción y el arte se casan con la ciencia y es algo magnífico”, comenta Cumberbatch. “Para Star Trek estuvimos filmando varias secuencias en un lugar extraordinario, el National Ignition Facility, en California, un laboratorio donde se está intentando crear fusión nuclear, lo contrario de la fisión, usando lásers a velocidades extraordinarias a través de varias lentes, para finalmente golpear un blanco menos grueso que un cabello humano… es terriblemente emocionante, y algún día producirá una fuente limpia de energía”.
Criatura exótica
Descubrir a Benedict Cumberbatch en una oscura sala de teatro o cine es como encontrarse de pronto con una pantera en la sala de la casa. No solo porque su magnetismo profesional impregna el ecosistema en el que trabaja, sino porque físicamente parece una criatura exótica. La cara asimétrica es fascinante, como de otra época. Está llena de ángulos y aristas, y posee los pómulos más tuiteados de la red. Casi que debería asegurarlos, como hiciera Marlene Dietrich con sus piernas.
Tiene ojos felinos, a veces extrañamente alienígenas, que cambian de azules a verdes según como los impacten la luz y las emociones. Con notable destreza transformativa juega a ser la persona más calculadora y carente de afecto, y segundos después, todo lo contrario. Un minuto es muy bien parecido y al siguiente, con sólo mover algún músculo escondido en su rostro, no lo es. “Sé que no encajo en ningún arquetipo y eso no me molesta”, ha dicho repetidamente. “Igual, siempre he sabido que mi cara es muy larga y mi cabeza demasiado grande”.
No obstante, tiene una legión de fans femeninas que no dejan de sorprenderlo con el creciente número de websites dedicados a él. Y a pesar de no participar en ninguna red social (“hablo tanto que me es imposible limitarme a un tweet de 140 caracteres”) su nombre está asociado a cientos de postings –unos más perturbadores que otros.
Mi primer encuentro con la actuación de Cumberbatch es a través de los seis episodios de 90 minutos de Sherlock que Spielberg describió como “el mejor Sherlock en pantalla [de las 72 interpretaciones que se han hecho del detective]”, y que no hay que confundir con la serie Elementary, también en el aire.
“Benedict seguirá adelante haciendo cosas magníficas, pero la gente siempre recordará a Sherlock Holmes”, ha dicho famosamente Steven Moffat, uno de los dos creadores y escritores de la serie, que sigue filmándose en Londres y alrededores. “Fue un casting glorioso, uno de esos momentos irrepetibles –como cuando Sean Connery interpretó a James Bond por primera vez. Sherlock es el rol que hizo sexy a Benedict… y al mismo Holmes”.
El suyo es un detective joven, pálido y emaciado, etéreo, con una alarmantemente gruesa mata de pelo negro en bucles. Tiene porte imperioso y movimientos elegantes, es extremadamente cínico y a la vez genialmente humano, con un toque de síndrome de Asperger y buena disposición para el violín.
Aunque el actor demuestra a veces el mismo perfeccionismo e impaciencia de Sherlock ante la mediocridad, a diferencia del personaje “Benedict es dulce y parlanchín, el chico más encantador que puedas conocer”, dice Mark Gatiss, el otro escritor de la serie. “Es un tipo fino, de modales impecables que se preocupa por tratar bien a la gente”.
Su Sherlock habita el Londres moderno, depende del celular, usa la última tecnología en materia de laboratorio de química, y se viste elegantemente bien. Hasta el punto de que su ya famoso abrigo, diseñado por la casa Belstaff, se ha convertido en un best-seller británico (£1,350).
“Me encanta ese abrigo”, le dijo Cumberbatch a The Guardian. “Tengo uno parecido que me regalaron antes, y es una lástima porque ya no lo puedo usar en público. Los guantes y la bufanda de Sherlock fueron idea mía, así como el ojal en hilo rojo del abrigo”. Cumberbatch le presta atención al estilo, y se ha ido convirtiendo en algo de ícono de la moda, participando en desfiles que apoyan a los creadores ingleses, aunque también favorece los trajes minimalistas de la diseñadora alemana Jil Sander, apodada ‘la reina del menos’. “De la ropa de Sherlock me gustan también los trajes limpios y bien cortados [del modisto Spencer Hart], aunque a veces estántan entallados que me cuesta trabajo respirar”.
Pero más trabajo le cuesta entregar las escenas de las famosas deducciones de Holmes, monólogos que ocupan varias páginas seguidas del inteligente guion basado en los libros de Sir Arthur Conan Doyle, y que debe disparar sin interrupción a velocidad de ametralladora, como si le embriagara el hecho de ser más listo que el resto del planeta.
“Son endemoniadamente difíciles. Comienzo a aprender esas líneas dos o tres días antes porque siempre son un parto doloroso. He descubierto que el truco es pronunciar una frase mientras pienso en la que sigue. Hay que trabajar muy duro en eso, y cuando puedo, busco momentos de calma para desconectarme y meditar un poco sobre el proceso”.
Esa meditación la aprendió durante el año que pasó enseñando inglés a monjes budistas en la India, antes de entrar a estudiar drama en la Universidad de Manchester y luego en la Academia de Música y Artes Dramáticas de Londres. Cuando se graduó (tras escribir una tesis sobre el director Stanley Kubrick) ya tenía un agente, y ha estado trabajando sin parar desde entonces. Sus padres, actores también, le quisieron dar una educación de alto octanaje en un colegio para chicos internos de la alta sociedad llamado Harrow, a un costo de £29,000 al año,cuyos pupilos incluyen a ocho primeros ministros.
Su objetivo, tras años de sacrificios y ahorros, era guiar a su hijo por otra senda distinta del difícil camino de la actuación, cosa que erró espectacularmente, ya que actuar –e inscribirse en el equipo de rugby– fue lo primero que hizo el joven estudiante. En una escena que recuerda a La Sociedad de los Poetas Muertos, aunque sin el elemento de discordia con sus padres, una de sus primeras presentaciones fue el Sueño de una noche de verano de William Shakespeare.
Desorganizado y fumador
Benedict Cumberbatch se ha descrito a sí mismo como malgeniudo, impaciente, algo anticuado, desorganizado con el horario (haciendo esperar a Spielberg durante su primer encuentro para discutir Caballo de guerra), fumador, viejo antes de su tiempo, amante del dulce y el café negro. Le fascinan las manos humanas y se le olvidan los cumpleaños de todo el mundo. Quiere pintar, bucear, escribir, hacerlo todo ya. Es totalmente ambiguo con sus creencias religiosas, le gusta la poesía y adora a los niños; quiere formar una familia cuanto antes pero no ha tenido el tiempo de conocer a nadie en serio después de los 12 años que pasó con la actriz Olivia Poulet. Su media hermana dice que necesita hallar alguien igualmente culto. Él por su parte siente que la dificultad es que cuando conoce a alguien sólo ven al personaje ficticio que interpreta, y no al verdadero Benedict.
Habiendo ganado 18 reconocimientos como mejor actor en Hawking, Sherlock, Parade’s End y Frankenstein, entre otros, y 16 nominaciones incluyendo un Golden Globe porSherlock, Cumberbatch dice que el peso de la responsabilidad lo hace feliz. En cambio, hay algo que no lo hace tan feliz: “Tengo muy sensible el cuero cabelludo”, confesó una vez entre risas.“Hale mi pelo de forma equivocada y me verá de rodillas pidiendo clemencia”.
Qué no habrían dado Kirk y Spock por tener esa información desde el principio…
*Angela Posada-Swafford es la corresponsal senior de ciencia de la revista MUY INTERESANTE, ediciones de Madrid y México; sus artículos aparecen ademas en El Tiempo de Colombia, AVIANCA en Revista; Revista Diners, y ocasionalmente en Astronomy Magazine, WIRED, National Geographic, entre otras.