Quizás por encargo, tal vez por gusto, Benedict Cumberbatch escribió la siguiente reseña sobre su viaje a las Islas Seychelles para el London Evening Standard Llama la atención porque no se han publicado muchas cosas escritas por su propia mano y sobre todo porque las Seychelles son tan ajenas a nosotros en este lado del Atlántico.
(Traducción Libre)
Vacaciones a la Holmes: Benedict Cumberbatch en las Islas Seychelles.
Descansando sobre la costa de África del Este, las islas Seychelles yacen firmemente entre los trópicos enjoyadas de tonalidades verdes y aguamarina en el extenso Océano Índico. Enmarcadas por sus hermosas playas, arena blanca, palmeras y grandes rocas de granito, estas islas son la definición del paraíso. Y una vez que te enteras de que era uno de los destinos escogidos por William y Kate para su luna de miel, bueno, ¿cómo discrepar con la realeza?
Aproximándonos a la isla, me encontré haciendo mi mejor imitación de Lord Attenborough: «¡Bienvenido a Parque Jurásico!». El obscuro océano da paso al brillante turquesa de la orilla y de las famosas playas blancas, detrás de las cuales se encuentra una infinita vegetación tropical bordeando la orilla de las inmensas colinas de granito. La vista era embriagadora. Por la mañana, lo primero que me tomó por sorpresa fue la humedad y el aroma, ambos extraños y seductores, que me recordaron (como si lo necesitara) que realmente estaba lejos de casa.
Mi chalet en el Banyan Tree Seychelles Resort, en el sureste de la costa de la isla de Mahé, tenía terraza techada, una enorme alberca y jacuzzi, todo construido sobre las rocas y rodeado de árboles, con una ininterrumpida vista al océano. Detrás de una puerta corrediza encuentras una sala de baño con una tina romana, posicionada especialmente para un baño romántico para dos contemplando las estrellas. Todo en este complejo está orientado a lunas de miel de apasionado romance. Y rápidamente aprendí una crucial y básica lección: nunca vengas solo al al paraíso.
Todo lo que puedas necesitar sobre mapas, guías, renta de autos, doctores, visitas guiadas, sitios de interés y excursiones te será facilitado por el personal del complejo. Pero no querrás aventurarte sin probar los magníficos desayunos (cualquier tipo de fruta, jugo, pasteles, carnes frías, desayunos calientes, curry y especialidades locales que puedas imaginar.) La razón principal por la cual me encontraba en las Seychelles era por una seria necesidad de descanso y recuperación, así que lo primero en mi agenda fue un masaje Thai. Después de mi tratamiento en el Spa, recostado en la terraza mientras contemplaba la puesta del sol, tuve uno de esos momento de tranquilidad en los cuales no puedo creer lo afortunado que soy. Después contemple mi primer murciélago frutero. Esos animales son prehistóricamente enormes. De nuevo vino a mi mente «Bienvenido a Parque Jurásico»: de repente el aire pareció inundarse de lobos voladores, como los conocen localmente, despertando para su sesión de alimento nocturno (y más tarde prestando el servicio de abono y dispersión de semillas al defecar por todas la isla).
En cuanto las estrellas se elevaron, me encaminé a la playa para nadar en mi relajado estado post-masaje. Mientras flotaba, alrededor mío algunos de los murciélagos bajaron por un chapuzón en el mar. Rodeado por toda esta magia me aproximé a la orilla. Al momento de salir de aguas poco profundas, contemplé cada movimiento de mi cuerpo acentuado por la bioluminiscencia del minúsculo plancton a través del agua. Es imposible hacerle justicia con palabras a esta experiencia, pero fue algo que repetí casi todas las noches. Cerré el día con una cena en uno de los tres restaurantes de la casa. En noche de pescado, con escalopes, sopa bullabesa y pescado job (un fresco pescado relleno) en el menú, seguido de un parfait de chocolate blanco con mermelada de maracuyá, salsa de frambuesas y chocolate obscuro. Todo fuera de este mundo y a un precio razonable.
Estaba entusiasmado por ponerme mis aletas, incluso después de saber que un fenómeno de calor conocido como El Niño causó un daño considerable a la vida marina y al arrecife en los noventas. Pero quería comprobarlo por mí mismo, así que a la mañana siguiente me apresuré con mi desayuno en un tupperware (uno de los mejores aspectos de mi estancia fue el personal del comedor, siempre sonriente e ingenioso). Con mi sombrero tipo Panamá y una camisa hawaiana, fui el cliché del típico extranjero en apuros. No era de extrañarse que un hombre que parecía una morsa muy bronceada, Leo, un alemán, me sonriera y comentara: ‘¿Así que no quieres perderte el desayuno?’, y mis aventuras de buceo en Mahe comenzaron.
La alegría de estar en el océano y mi primera maravillosa vista de la costa me dejaron estupefacto. Nos dirigimos a un lugar llamado la Manzana de Adán, sitio llamado así por la roca que indica el lugar donde se puede bucear. Bucear es como meditar: la serenidad de la ingravidez, la flotabilidad que te da la capacidad de nadar con los peces, el sonido al inhalar y exhalar el aire presurizado, el fascinante paisaje del coral y las rocas en el lecho marino y todos los habitantes de este otro mundo. Durante el siguiente par de días tuve oportunidad de nadar con barracudas gigantes, arrecifes de punta blanca, tiburones, peces loro napoleón, peces chocolate, langostas, tortugas, peces ángel y manta rayas. Apuesto a que la variedad de sitios para bucear y de vida marina en las Seychelles está a la par con Cuba y Mozambique.
Después renté un auto (el más pequeño que encontré para evitar ser golpeado por alguno de los encarrerados autobuses locales) y pedí indicaciones sobre alguna buena playa local. Todas las personas que conocí se mostraron amistosas y deseosos de ayudarme, pero algunas de las indicaciones no fueron muy certeras. Tras un sinuoso descenso marcado por las cascadas, crucé a través de la fresca zona forestal y pude contemplar ante mí la más hermosa puesta de sol, dorada como el oro. La bahía de Glaud es una de las experiencias más relajantes de las Seychelles, una pequeña villa que no cuenta con más que una iglesia y un bar. Después de un merecido chapuzón, me relajé bajo los cálidos rayos solares con una cerveza, un plato de delicioso pescado a la parrilla y una mortal crema de caramelo, observando la bahía, con Bob Marley sonando en la radio. Todo parecía que iba a estar bien.
De vuelta a mi auto paré en Maria’s Rock Café. Es una rareza que tiene que ser experimentada, muy al estilo Salvador Dalí: una plataforma construida alrededor de un afloramiento de granito con algunas esculturas subidas de tono. El adorable personal, comandado por la siempre sonriente Maria, trae los ingredientes hasta tu mesa para cocinarlos frente a ti en velas de parafina y rocas calientes. En cuanto empieza a humear el aceite, agrega camarones, pollo y todo lo que se te antoje. La mezcla de mar y tierra es fresca, y con la generosa cantidad de aderezos caseros, tu apetito es la guía para saber qué cantidad y a qué rapidez debes comer. Fue diversión completa, sudorosa y que te dejará chupándote los dedos, definitivamente apta para niños (aunque tal vez tengas que apartar sus ojos de las obras de arte explícitas y pedirle al artista, el novio italiano de Maria, que no haga actos de magia subidos de tono).
Antes de darme cuenta, mi tiempo en Banyan Tree había terminado. Tomé un vuelo local a mi próximo destino, la isla de Praslin. Me alojaría en La Reserve por invitación de Peter Mountford, el encantador gerente británico al mando del hotel de sus padres, quien se vio en la difícil tarea de reconstruir por completo el complejo debido al Tsunami del 2004. Me confesó ciertas verdades en torno al manejo del hotel en las Seychelles. La siempre tediosa problemática de satisfacer las demandas de la dieta occidental en su bufete de desayunos. Aparentemente los problemas pueden surgir sobre cajas de kiwis o demás frutas que no se encuentran en el mercado local.
Me preparé para un paseo a la isla cercana de La Digue. El transbordador sale regularmente y lo único que necesitas para transportarte son tus pies y una bici rentada – la pequeña isla solo cuenta con 2 mil habitantes, los cuales siempre se mostrarán sonrientes y dispuestos a orientarte. Siguiendo el camino de las playas de Anse Sourced’Argent notarás por qué son consideradas de las mejores del mundo: una serie de pequeñas bahías divididas por gigantescas rocas de granito degradadas a través del tiempo en las formas más extraordinarias. Protegida por un arrecife, el mar de esta isla es poco profundo y tranquilo, perfecto para el esnorquel y tomar el sol. Pero incluso en el paraíso te encuentras con turistas posesivos con sus toallas; más tarde hubo una carrera por acaparar el mejor lugar para asolearse. Mientras me bronceaba, una belleza francesa y sus amigos paseaban, tomando fotos a medida que se alejaban. Fue solo hasta que perdí de vista su hermoso trasero que me di cuenta de que era Emmanuelle Béart.
De vuelta en Praslin, renté un auto para explorar, deteniéndome por jugos frutales a la orilla del camino, pescado al curry y unos últimos chapuzones para cerrar la visita por un día, no sin antes admirar el deliciosamente sugestivo coco de las Maldivas y admirar al loro negro de la región. El viaje a través de esta reserva se disfruta sin prisas debido a la humedad mientras navegas y por los empinados acantilados que te dejan sin aliento. Pero es fascinante.
Pasé un perezoso último día en la playa de Anze Lazio y con eso mi tiempo se terminó. Las Seychelles son un paraíso en la tierra y los lugareños con su cálida bienvenida se asegurarán de que no te quieras marchar. Pero no entres en pánico, siempre puedes regresar. Sé que yo lo haré.
Tómalo en cuenta:
Siete noches en el Banyan Tree Seychelles desde £2299* libras por persona, incluye 20% de descuento si reservas con anticipación (tienes que reservar mínimo con 60 días antes de tu llegada), desayuno, vuelos privados y vuelos comerciales son vía Dubai. Agenda siempre con un especialista, Turquoise Holidays (01 494 678 400).